Recogida de Firmas Por la mejora definitiva del sistema educativo y el compromiso de todos los agentes sociales
Para: Consejería Educación Canarias y Ministerio de Educación
ENSEÑAR ES DAR LECCIONES
Casi a diario, la prensa nos deja en evidencia. Ese “nos”, aunque parezca referirse a la comunidad educativa, hay que entenderlo como algo mucho más amplio: padres, profesorado, políticos, y la sociedad en su conjunto. No estamos sabiendo educar a los pequeños, y creo que no nos estamos tomando en serio la tarea.
Sería demasiado fácil echar culpas en derredor, pero si no tenemos unos objetivos debidamente estructurados y con los que nos comprometemos todos, el fracaso está asegurado. Estaríamos de acuerdo en señalar en la dirección de la preparación académica y profesional, del éxito laboral y del crecimiento personal, del compromiso social y del respeto… Pero hay que ir desgranando. Perfecto, queremos que los jóvenes crezcan cultos, formados, comprometidos, maduros, felices, pero ¿por dónde empezamos?
En esencia, educar es una forma de asegurar la supervivencia y el éxito de un grupo social. Elites aparte, en la antigüedad se educaba sólo para seguir con la producción de una sociedad agraria. Con la Revolución Industrial y la especialización de la mano de obra, los que podían se ponían a disposición de un maestro artesano en un taller donde aprendían un oficio. Ya en el siglo XX, el sector servicios y la tecnología moderna demandaron una especialización mucho mayor, por lo que las universidades empezaron a acoger cada vez a más jóvenes. Por último, la sociedad de consumo está obsesionada con el éxito, entiéndase por ello tener dinero, bienes materiales que lo dejen patente, y una familia parecida a la de los anuncios de los productos que de repente necesitamos.
La extensión de la democracia y el respeto a los derechos civiles en la sociedad occidental han creado un producto defectuoso: la gran masa que piensa que igualdad de oportunidades significa que todos tenemos derecho a lo mismo por el hecho de ser. Ser depositario de un derecho no significa ser receptor pasivo de lo que garantiza. Tener derecho no significa tener garantías de obtenerlo sin esfuerzo.
Centrémonos en la educación reglada, en los centros, maestros, profesores y alumnos. Tenemos serios problemas para cumplir los objetivos de nuestro trabajo, a saber…
En un intento por mejorar la calidad de la enseñanza desde el ámbito administrativo (como si eso fuera posible) se están sobrecargando los archivos legales de nuestro ámbito. La legislación vigente se –entro-mete cada vez más en nuestra labor profesional, y me da la sensación de que la entorpece más que la facilita. La Administración dice sin tapujos que ya no confía en nosotros, que tenemos que cambiar porque las cosas siguen yendo mal, así que lo mejor parece ser obstaculizar nuestro criterio profesional privándonos del valor humano, subjetivo e individual que nos permite ejercer nuestro oficio de forma eficiente. Esto huele a que nadie ha bajado a los centros, a las aulas ni a los departamentos para preguntar cuál es el problema. Huele a maquillaje, a coartada, a justificación con intereses políticos, económicos o los que sean, pero desde luego no huele a compromiso serio por mejorar. Es más, estoy seguro de que Ángel Gabilondo, Ministro de Educación y con gran interés por los problemas cotidianos de nuestro colectivo, se avergonzaría de cómo se nos está tratando a los profesionales de la enseñanza.
Vivimos mucho más preocupados por cumplir todos los legajos que regulan nuestra profesión (y que se reproducen como gremlins bajo una tormenta de verano) que por hacer bien nuestra labor, que es enseñar y educar según lo descrito más arriba. Y esto es así porque desde la Inspección, la Consejería, e incluso el Ministerio se nos atemoriza sobre lo primero y no sobre lo segundo. Si han leído Las doce pruebas de Asterix y recuerdan la fantástica sátira de la burocracia en La casa que enloquece, entonces se hacen una idea de en qué nos estamos convirtiendo.
Cada vez hablamos menos de alumnos, de actividades, de estrategias… y más de decretos, leyes, boletines, publicaciones, comunicados y resoluciones. Han nacido las Competencias Básicas, producto de incompetencias básicas porque establecen que hay que evaluar sin evaluar conceptos que se deben dar sin darlos. Estamos obsesionados con los números y las estadísticas, nos da miedo decir la verdad, suspender a quien lo merece, o decir basta cuando es necesario. Ahora tenemos que evaluar la calidad humana del alumnado en lugar de sus conocimientos, porque de éstos cada vez tienen menos, y nos sentimos culpables por los que, pobrecitos, no superan una asignatura (así que decidimos regalársela, quitándole todo su valor). Y si no es culpa es miedo a represalias, a que nos tiren de las orejas desde arriba: Mire, yo cumplí mi programación, evalué según lo establecido, y el alumno no alcanza los objetivos establecidos. Y nos responden que en algún sitio has fallado porque tienes demasiados suspensos. O, peor aún, el alumno pone una reclamación sin pudor tras suspender el 90% de las pruebas del curso, y el inspector decide aprobarle la asignatura sin conocer al alumno, su actitud, su rendimiento ni sus conocimientos porque el desgraciadito si no no podrá hacer la PAU en junio. Puede que yo haya fallado, pero ¿no habrá fallado alguien más también? Quizás los niños están acostumbrados a que se les hagan favores, a que se les regalen aprobados, a que no se les exija. Quizás tiene que ver con algo que no está en los centros docentes.
¡Claro, era la familia! Las propias madres (voy a cambiar ahora al femenino, yo me niego a duplicar todos los géneros gramaticales para evitar discriminar) han dejado de educar a sus hijas. Ya no les enseñan valores, a luchar, a conocer los límites, a respetar, ¡a frustrarse!, a quererse, a querer… porque, como desean lo mejor para ellas, lo ideal es no poner freno a sus impulsos viscerales. Como queremos a nuestras hijas, es mejor dárselo todo hecho y olvidar que, en realidad, educar es todo lo contrario: dar herramientas para solucionar problemas de forma autónoma. Y, para ello, a las alumnas hay que exponerles a dos cosas únicamente: herramientas y problemas. No está siendo así y les estamos engañando.
No mejoramos nuestra educación por rebajar las exigencias, ni por maquillar estadísticas, ni por obedecer a las madres, ni por tolerar a las alumnas comportamientos intolerables, ni por elaborar una críptica legislación de dimensiones inabarcables. Quizás ayudaría bajar la ratio en las aulas, apoyar al profesorado en sus decisiones desde el centro y desde la familia, ponernos todos de acuerdo en si queremos educar o solamente colgar medallas. Parece que nosotras mismas nos estamos rindiendo, nos da pereza hacer el esfuerzo de aguantar el lloriqueo de la niña insatisfecha, así que le damos lo que pide para no complicarnos la vida. Y en cuanto la niña aprende cómo conseguir lo que quiere nosotras perdemos autoridad, y básicamente dejamos de ser la referencia adulta en el proceso educativo. Educar es dar lecciones, y aprender la lección implica un esfuerzo y la posibilidad de fracasar. Igual que sin la muerte la vida no tendría sentido; sin el fracaso el éxito no existiría.
Expuesto todo lo anterior, pedimos:
- Que se deje de sobreproteger al alumnado
- Que se proteja el ejercicio profesional del profesorado y se reconozca su autoridad
- Que el objetivo de la educación sea aumentar la preparación del alumnado y no simplemente regalar títulos o tener a los alumnos en un recinto vigilado
- Que las familias se involucren más en la educación de sus pequeños y menos en las protestas contra quienes les intentan educar en la escuela/instituto
- Que de una vez por todas recuperemos, entre gobernantes, enseñantes y familias, el prestigio de la educación como elemento fundamental para la realización personal